Todos los que compartimos nuestra vida con un poodle sabemos que es capaz de emitir una gran variedad de sonidos: para invitarnos a jugar, decirnos que tiene hambre, o tantos otros mensajes que desea transmitirnos.
El repertorio sonoro que emite nuestro poodle es muy variado, y los sonidos que profiere, con sus combinaciones y variantes, tienen distintos significados que le ayudan a relacionarse con su entorno, sus congéneres y su familia humana.
Un perro comienza a ladrar en torno a los nueve días de edad, pero antes, en esos primeros días, tiene una intensa actividad sonora, ya que depende totalmente de su madre y tiene que comunicarle sus necesidades. Por ejemplo, gime si tiene frío, si tiene hambre, si tiene algún dolor o si necesita los estimulantes lamidos de la lengua materna en su abdomen para defecar. También emite gritos agudos y gruñe de satisfacción
Entre los ocho y los diez días de vida, las vocalizaciones, quejas y lloriqueos empiezan a revolucionarse, hasta que se produce el cambio más importante, y el pequeño cachorro ladra por primera vez. Mientras va creciendo, los sonidos se van haciendo más recurrentes y variados. De esta manera, al llegar a adulto, el perro se expresa ‘con voz propia’ y hasta es capaz de manejar factores como la duración, la frecuencia, el volumen y el ritmo.
Dentro de los ladridos están comprendidos los aullidos, gruñidos y gañidos (sonidos agudos y de queja), y este repertorio canino se complementa con gemidos, rugidos y toses, además de los castañeteos de dientes y jadeos.
Hay algunos ladridos que algunas veces son malinterpretados debido al desconocimiento: por ejemplo, cuando un perro ladra ante un extraño, no indica únicamente alerta o a amenaza, sino que se sirve de él como refuerzo emocional para no tener miedo, a la vez que llama a otros perros para que vengan a su lado, como ocurriría en estado salvaje.
El aullido, por su parte, le sirve como punto de referencia de su situación, y como una llamada a otros canes para que lo tranquilicen. Como sabemos, los ‘diálogos’ de perros aullando se pueden extender por largas horas y en un radio de cientos de metros, convirtiendo el ambiente en una atmósfera que a los perros les resulta tranquilizadora y acogedora.